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Para el año 1960. Papá y mamá, mi hermano de dos años y yo, una pequeña de 8 meses en brazos. Llegamos al pasaje, el que estaba conformado por carabineros al frente y por nuestro lado solo militares. Eran dos piezas de bloques, con radier y muy heladas. Las habitaciones estaban pareadas con las de los vecinos, los sitios se dividían con una malla de alambre, había una pileta y junto a esta una llave, al fondo del sitio un pozo séptico. Dos años después la cigüeña nos dejó a mi hermano menor. Mi mamá era una excelente modista y trabaja mucho. Salíamos a la calle a recoger madera para calentar agua. Mamá lavaba y azulaba las ropas. Fuimos creciendo, a los cinco años de haber llegado a la “pobla” fallece mi papá de bronconeumonía fulminante. Mi mamá quedó viuda a los 29 años. Quedamos pequeños 7 años, yo de 5 y mi hermano de 2. A medida que crecíamos nos convertíamos en pequeños “monstruitos maldadosos”. Salíamos a la calle, jugábamos a la pelota, mujeres contra hombres, mi hermano hacía “chanchas” con papel de diario, para elevarlas le sacábamos el hilo a mamá (no sé por qué ella después nos castigaba). Jugábamos al tambo, a las naciones, a la pallaya, al caballito de bronce, a la escondida, al alto, al cordel, al corre el anillo, yo era campeona jugando a las bolitas o canicas. Cuando mamá no estaba hacíamos una exhibición con los conejos, las gallinas, los patos, uno de los amigos tenía una tarántula y el otro una culebra muerta. Mi hermano cobraba la entrada y muy enojado nos ordenaba salir a buscar hinojo para los conejos. El viejito pascuero no pasaba y si pasó, lo hizo llevándose los zapatos de mi hermano, que los había dejado en la ventana. Las mamás cuando tenían trámites que hacer dejaban los niños con las vecinas. Mi mamá los atendía con desayuno y almuerzo. Íbamos al colegio John f. Kennedy. Nunca faltábamos a clases. Para el invierno pasábamos mucho frío. Teníamos que atravesar buenaventura, la calle se llenaba de agua, mis zapatos y mis calcetas seguían mojadas durante toda la mañana. Sólo tenía un par de zapatos, no había para cambiarlos. Y así volvía al día siguiente, con mis pies húmedos. Éramos respetuosos, responsables, amorosos y de buenos hábitos. Había mucha pobreza, pero “éramos felices”. Esta fue una generación inolvidable.